Hay destinos que se ponen de moda y que después decaen, pero en el caso de los que están vinculados con el vino su persistencia es tanta como la de los caldos bien elaborados cuando están en boca. En La Rioja hay mucho más, aunque el dominio de la viticultura es absoluto. Colores, olores y sabores se unen en armonía no solo en la copa sino en el entorno, acompasado con las gentes, abiertas y entrañables. El viajero disfruta cada segundo con cada uno de los sentidos sin tener ocasión de desaprovechar ni instantes ni rincones. Una historia milenaria, la de la vid, en una tierra de cruce de caminos que se ha hecho mundialmente conocida por el jugo que saca al suelo.
La Rioja es su gente y las siete variedades de uva que se cultivan, y el paso por sus bodegas se puede planificar para que no falte ningún detalle sea cual sea el tiempo que dure el viaje. Los viticultores llevan en contacto con ese suelo y manejando ese clima generaciones tras generaciones, haciendo a la Tempranillo la reina, pero criando y mimando a la Garnacha tinta, la Garnacha blanca, la Mazuelo, la Graciano, la Viura y la Malvasía. Siete nombres para siete maravillas que después hay que saber estrujar y tratar. En todas las bodegas hay alma y filosofía, ya sean modernas o antiguas, grandes o familiares, y del medio millar censadas casi todas se pueden visitar. El contenido cultural, el fondo y la historia, están recogidos en el Museo de la Cultura del Vino Dinastia Vivanco, en el Museo-Bodega Ontañón, o en el Centro Sensorial del Vino.
Pero hay lugares que visitar y en los que descansar entre barricas, hoteles y hospederías con un amplio programa que engrandece el enoturismo y que no son excluyentes con las familias sino todo lo contrario. Los niños pueden y deben aprender de la enología por todos los valores que atesora la templanza con la que se elabora el vino. Destino para todos, con fiestas declaradas de interés turístico, como la Batalla del vino de Haro o la Batalla del clarete de San Asensio, con picnic en viñedo, c0n deportes entre viñas, con vinoterapia con salud y belleza, o con cursos de cata, esos reservados a los mayores, La Rioja tiene una amplia gama de alojamientos entre los que elegir, bien uno que sirva como base de operaciones, bien varios para descubrir todo lo que atesoran entre sus paredes y en su entorno.
La arquitectura es de obligado tratamiento llegados a este punto, ya que se muestra variopinta en ese conjunto de hoteles y, en general, en toda la La Rioja, combina edificaciones magistrales y modernas con las tradicionales calados, lagares y guardaviñas de toda la vida, cada uno con su utilidad. Entre lo más llamativo aplicado a las bodegas se puede situar las de Campo viejo, las Bodegas de López de Heredia Viña Tondonia con su boutique de Zaha Hadid, las Bodegas Regalía de Ollauri, y las Bodegas Darien. Estilos arquitectónicos variados salpican el paisaje como señal de la evolución de la arquitectura popular relacionada con la elaboración del vino. Y luego están los lugares para comer y reponer fuerzas, con una gastronomía recia bien a través de platos o bien disfrutando de pinchos, pero con mesas entre barricas en los restaurantes de las bodegas.
El enoturismo va en auge, pero lo que gane jamás lo va a perder, y ofrece la libertad de un desplazamiento fácil y cómodo con vehículo propio hasta el destino elegido e incluso dentro de él. Eso sí, si la previsión es la de probar, y si se quiere aprovechar el transito entre los mares pintados de vides, la opción que La Rioja propine es el VinoBúS. Este medio de transporte lleva al visitante de bodega en bodega por medio de paisajes excepcionales, dando una respuesta rotunda a la pregunta de por qué visitar esta zona productora y con salida a primera hora de la mañana para el regreso pasado el mediodía. El vino no es una consecuencia, sino una causa del viaje.
